A finales del siglo XIX era
costumbre fotografiar a los seres queridos que habían fallecido. Los retratos
post mortem entremezclaban la melancolía por el ser querido con el misterio que
rodea a la muerte. Son fotos tomadas a difuntos y que implican un primer
acercamiento de la fotografía a la representación de cuerpos muertos. Sacar a
la luz la imagen de un cadáver hoy se considera un tabú, pero a finales del
siglo XIX se trataba de una práctica habitual que no tenía otra intención que
la de tratar de entender la muerte y representarla, esfuerzo que se daba ya en
los inicios de la historia del hombre.
Las imágenes captadas posteriores al fallecimiento de una persona forman parte de la historia de la fotografía. Cuando el uso de las cámaras fotográficas comenzó a popularizarse; muchas personas utilizaron la invención de este artefacto para preservar un recuerdo de sus seres queridos que habían fallecido.
Las imágenes captadas posteriores al fallecimiento de una persona forman parte de la historia de la fotografía. Cuando el uso de las cámaras fotográficas comenzó a popularizarse; muchas personas utilizaron la invención de este artefacto para preservar un recuerdo de sus seres queridos que habían fallecido.
Desde épocas muy remotas el hombre se preocupó por realizar rituales
funerarios, como signos distintivos de la vida transitoria del hombre. Entre
los ejemplos representativos tenemos a la cultura del Antiguo Egipto que
momificaba a los Faraones carentes ya de vida conservando así su apariencia
para la eternidad. En Europa apareció un ritual singular: se trataba del uso de
la Máscara mortuoria, originalmente para nobles y monarcas en la Antigua
Roma (en Egipto ya se tenía esa tradición al cubrir el rostro de los Faraones
con máscaras) la práctica tenía como fin capturar los rostros de ilustres
difuntos que en vida fueran hombres influyentes como: artistas, científicos y
pensadores, con tal de mantener la memoria física y táctil de los rostros.
Fue en la época Renacentista y Barroca donde las representaciones
mortuorias resultaban muy interesantes, frutos de una mirada diferente; a
través del retrato post mortem se dejaba en claro el abandono de la
representación del hombre como ideal, concepto heredado de la Antigua
Grecia, para mostrar ahora al individuo de manera cruda, sin omitir defectos.
Esta nueva visión llega con artistas como Rembrandt, cuyos retratos
reflejaban las características antes dadas incluyendo la enfermedad, ni bien
entrado el Barroco. También aparece en esta época el molde de escayola a
partir de la cara del difunto, que se seguiría realizando hasta el siglo XIX.
Los mayas por su parte inmortalizaban el rostro del difunto tallando
máscaras de jade. En la cultura prehispánica
creían en el Mictlán, que significaba para los antiguos mexicanos ‘En la región
de los muertos’, este sitio mitológico del más allá consistía de nueve planos
extendidos bajo la tierra y orientados hacia el norte; allá iban todos los que
fallecían de muerte natural; quien moría tenía que cumplir toda una serie de
pruebas en compañía de un perro que era incinerado junto con el cadáver de su
amo. Entre otras, las pruebas consistían en realizar un viaje desafiante. Una
vez terminado el viaje, el muerto podía presentarse ante Mictlantecutli (Señor
de la muerte) y Mictecacihuatl (Señora de la muerte). Estos dioses del Mictlán
comparten la función de regir y administrar a los que han muerto. En este lugar
de la muerte, según la mitología, no existían puertas y ventanas. El México
antiguo no temblaba ante Mictlantecutli; lo hacía ante esa incertidumbre que es
la vida del hombre, la llamaban Tezcatlipoca (los dos significados más
aceptados para esta palabra son: Los brujos y Dios de la noche. Este dios
representa la maldad y fue una de las deidades más temidas del México
prehispánico).
Tras la Conquista y la
evangelización, llegó a México la tradición de tomar fotografías a los muertos.
El hecho de fotografiar a personas sin vida tiene antecedentes pre-fotográficos
en el Renacimiento, en el que la técnica era el retrato por medio de la
pintura en el llamado memento mori,
frase que deriva del latín y significa “recuerda que eres mortal”. La composición de retratos de muertos,
especialmente de religiosos y niños se generalizó en Europa desde el siglo XVI.
Los retratos de religiosos muertos respondían a la idea de que era una vanidad
retratarse en vida, por eso una vez muertos, se obtenía su imagen. En estos
retratos se destacaba la belleza del difunto y se conservaba para la
posteridad.
El niño muerto fue objeto de culto en las diferentes culturas desde la
antigüedad. El culto varía dependiendo de la época y la cultura de que se
trate. Se les enterraba con juguetes u objetos de uso cotidiano. En la Europa
medieval, además de monumentos funerarios se colocaban epitafios con
notas biográficas y frases que expresaban la pesadumbre y el deseo de perpetuar
la memoria del niño muerto, invitándolo a tomar su lugar en el coro de ángeles.
Por eso a las fotografías post mortem de niños, a partir del
siglo XIX se les llamó de "angelitos". Este ritual conocido
tambien como "La Muerte Niña", surgió en Europa, y llegó a América
durante la época colonial (siglo XVII). En la primera mitad del siglo XIX, a
través de la pintura se representaba a los pequeños difuntos de tres maneras:
como angelitos, como si estuvieran vivos y llegando al cielo.
Fue en la segunda mitad de esa centuria que dicho formato fue sustituido por la fotografía, toda vez que se convirtió en el único medio utilizado para retratar a niños muertos, porque era más económico que la pintura, y por ende era accesible para la clase media y baja.
Fue en la segunda mitad de esa centuria que dicho formato fue sustituido por la fotografía, toda vez que se convirtió en el único medio utilizado para retratar a niños muertos, porque era más económico que la pintura, y por ende era accesible para la clase media y baja.
La costumbre de las imágenes post
mortem se fueron haciendo tan popular que llegó a ser una adquisición común. Se
puede decir que en 1860 todos los miembros de la sociedad podían pagar por un
retrato, aunque su uso se seguía reservando para eventos especiales, pues no
dejaban de ser algo costoso. Aun así se popularizó tanto, que en algunos
lugares era un requisito social “obligatorio” tener las fotografías de sus
seres queridos antes de sepultar el cuerpo. El fenómeno se difundió por Europa
y Norteamérica y hubo fotógrafos especializados en este tipo de tomas.
La costumbre se remonta desde el
Renacimiento, como aún no existía la cámara fotográfica en ese entonces, se
utilizaba el retrato por medio de la pintura. Pero en 1839 Louis Daguerre creó
la obtención de fotografías basado en la plata denominado daguerrotipo, y con
ello las fotografías post mortem que se difundieron de París, Francia, hacia
otros países.
La fotografía de difuntos fue
una práctica que nació poco después que la fotografía (1839) en París, Francia,
que luego se extendió rápidamente hacia otros países de Europa y de ahí paso
finalmente a México. Coincidió con la época del romanticismo en la
cultura, cuando a la muerte se le otorgaba un sentido más religioso y podía ser
revestida como heroica –en el caso de los muertos en la guerra-, o como un
mandato de dios. La práctica
consistía en vestir el cadáver de un difunto con sus ropas personales y
participarlo de un último retrato grupal, con sus compañeros, familiares,
amigos, o retratarlo individualmente. La fotografía mortuoria no era
considerada morbosa, debido a la ideología social de la época del Romanticismo.
En dicho período se tenía una visión nostálgica de los temas medievales y se
concebía la muerte con un aire mucho más sentimental, llegando algunos a verla
como un privilegio.
En México estas fotografías
fueron tomadas en un periodo comprendido entre finales del siglo XIX y la
primera mitad del XX; sin embargo, hay algunas más recientes de las décadas de
los 50’s, 60’s y 70’s, de ésta última destaca una perteneciente a una comunidad
de Jalisco, por ser el único retrato a color de la muestra.
En la tradición católica cuando
mueren los pequeños que han recibido el bautismo y que “no tienen uso de
razón”, sus funerales no deben estar plagados de lágrimas o desconsuelo. Deben
ser momentos casi alegres, ya que ese niño, ese angelito, fue escogido para ir
al cielo. El desazón indescriptible de perder un hijo se sublima a través del
ritual para lograr una catarsis y al final la resignación.
En la religión católica de América los niños que morían sin pecado original
por haber sido bautizados y sin ningún otro pecado en vida, iban directamente
al cielo para convertirse en Angelitos,
en cambio, los que no habían sido bautizados eran enterrados con los ojos
abiertos para que pudiesen ver la gloria del señor, y se dice que iban al Limbo,
tal como lo describe Dante Alighieri en La Divina Comedia.
El ritual católico, prácticamente en desuso, alababa la entrada del pequeño al Paraíso eterno. En un primer tipo de representaciones de niños muertos se exaltaba los elementos que le hacían merecedor del Paraíso: una corona de flores y una palma o flor en las manos, que indican el triunfo sobre la muerte. El otro tipo de retrato muestra al protagonista en actitud de vivo. Dicho estado sólo se puede inferir por la presencia de alguno de los elementos antes mencionados o, en algunos casos, porque se encuentran dentro de la composición cartelas que aluden a la defunción.
Al final todos morimos, pero no todos somos recordados de la misma manera. Los niños pintados, y posteriormente fotografiados en el lecho de muerte vivirán por siempre dentro del arte, reencarnarán en cada palabra que se escriba sobre ellos. Así, estos pequeños vencieron a la muerte.
"Angelitos" esa era la
forma como se le llamaba a los niños o bebés recién nacidos o de pocos meses
que fallecían (actualmente todavía se les llama así). Pero volviendo a la época
de La fotografía post mortem, cuando las familias eran numerosas y tenían entre
8 y 10 hijos, era muy común que de toda esa descendencia, siempre murieran
varios de ellos.
¿Pero por qué se les llama "Angelitos"?, la respuesta es muy simple: en la religión católica, se tiene la creencia de que los niños que mueren sin pecado original, pero habiendo sido bautizados, al fallecer van directamente al cielo para convertirse en "Angelitos".
En cambio, los niños o bebés que no habían sido bautizados, y fallecían sin haber sido tocados por las aguas bautismales, eran enterrados con los ojos abiertos para que pudiesen ver "La gloria del señor".
¿Pero por qué se les llama "Angelitos"?, la respuesta es muy simple: en la religión católica, se tiene la creencia de que los niños que mueren sin pecado original, pero habiendo sido bautizados, al fallecer van directamente al cielo para convertirse en "Angelitos".
En cambio, los niños o bebés que no habían sido bautizados, y fallecían sin haber sido tocados por las aguas bautismales, eran enterrados con los ojos abiertos para que pudiesen ver "La gloria del señor".
Existe una importante cantidad de fotografías de ese tipo, debido al alto
índice de mortalidad infantil de dicha época, (la mayoría de los fallecimientos
se debieron a los escasos recursos médicos en esos tiempos, como a la pobreza
en muchos de los casos). Una familia común sumaba entre 8 y 10 hijos de los
cuales solían fallecer la mitad. Tomando en cuenta ese contexto, las
fotografías del niño fallecido junto a sus padres y/o hermanos, o simplemente
el niño muerto, estaban comprensiblemente aceptadas.
La fotografía mortuoria que se aplicaba principalmente a los niños, era un
recuerdo muy valioso, que constaba el ascenso al cielo y proporcionaba el
consuelo necesario para seguir en la vida. El valor ya no solo es el que tuvo
para la familia. Así las fotografías conservan el recuerdo del desaparecido,
regulan la pena y se convierten ocasionalmente, en un objeto de culto. Se
trataba del último adiós en imágenes, tomadas por lo general dentro de la casa
del niño muerto o fuera de ella, también las tomaban en el cementerio justo
antes del entierro o, en ocasiones, en un estudio del fotógrafo. También hubo
un tiempo en que se retrató a los difuntos mayores, principalmente en
Michoacán, se retrataba al muerto en el patio de su casa o en el panteón, a
lado de sus familiares, pero a diferencia de las fotografías en que se trata de
simular vida, en este tipo de fotografía el muerto reposaba en su caja pero
parada de tal forma que parecía que el muerto estaba también de pie, dentro de
ella, pero ese tipo de fotografía tuvo una vida muy corta y su uso no se
extendió.
En aquella época la fotografía mortuoria no era
considerado algo morboso debido a la ideología
social de su tiempo, la muerte se concebía como algo con un aire
mucho más sentimental, llegando a ser vista, en algunos casos, como un
privilegio, ya que en ocasiones no se contaba con ninguna fotografía en vida de
la persona fallecida y la que se tomaba después de muerto era la única que la
familia conservaría para recordarlo.
Las imágenes del Memento Mori, que significa “Recuerda que morirás“, se volvieron todo un arte y en el Siglo XIX era muy común leer en
los diarios de mayor circulación, anuncios que decían: “Se retratan cadáveres a domicilio a precios
acomodados” o “artista
fotogénico” recién llegado de París, el cual se encarga de “retratar a los difuntos como cuadros al óleo“.
Como a finales del Siglo XIX,
principios del XX, los índices de mortalidad eran muy altos (sobre todo en los
niños), gracias a esa necesidad de guardar una imagen "física" de esa
persona, surgió este oscuro género.
"Se dice que el auge de esta
práctica se debió a los altos índices de mortandad infantil de la época, por
ejemplo, en el Archivo Histórico de Aguascalientes, las actas de defunción en
su mayoría correspondían a niños que morían entre los primeros meses de vida y
hasta los 5 años de edad, principalmente por enfermedades como viruela,
diarrea, fiebre, pulmonía, entre otras".
Además, los índices de mortandad
en aquellos tiempos eran muy elevados, sobre todo en niños, la tasa de
mortandad era prácticamente igual al número de nacimientos. Tan sólo el 60% de
ellos llegaba a edad adulta. La mayoría de las muertes infantiles eran a causa
de la viruela y la fiebre amarilla; sin mencionar las mujeres que morían en el
parto.
La mortandad en las familias era
muy alta, pero también sus miembros eran numerosos, por ejemplo, Benito Juárez
y Margarita Maza tuvieron 12 hijos de los cuales 5 murieron en la infancia. Así
que como la muerte se presentaba con mayor frecuencia, sobre todo entre los
niños, los fallecimientos eran vistos con cierta normalidad y con una clara
resignación, dejando para el recuerdo una foto.
Hay que comprender que en ese
entonces las fotografías no eran tan habituales como lo es ahora, por lo que
existían personas que en su vida se habían tomado una fotografía y la única
forma de recordarlos era retratándolos muertos. Tomando en cuenta este
contexto, las fotografías de niños fallecidos, junto a sus padres o a sus
hermanos, eran una costumbre muy arraigada y que por ende no era mal
vista.
En el siglo XIX se tenía la
costumbre de fotografiar a los recién fallecidos vestidos con su ropa personal,
solos o junto a sus compañeros, familiares y amigos. El motivo es que en ese
tiempo se tenía una visión más sentimental sobre la muerte, al grado de verla,
en algunas ocasiones, como un privilegio. La fotografía post mortem permitió
que se conservaran hasta la actualidad, imágenes de hermanos y padres que
aparecen junto a sus difuntos hermanos o hijos, madres que sostienen a sus
bebés de pocos meses en el regazo, niños y niñas con la mueca de muerte
reflejada en la comisura de los labios, ojos con la mirada perdida en el
infinito, etc., etc., son algunas de las imágenes que nos regala La fotografía
post mortem, como única prueba de que esa persona existió.
La fotografía era un lujo que
sólo se podían dar los ricos. Ellos tenían la oportunidad de que los retrataran
en vida; pero este no es el caso de los pobres, que sólo podían hacer el gasto
cuando su ser querido moría.
La práctica de retratar “angelitos” comenzó a desaparecer en distintos momentos
de la segunda mitad del siglo XX. Es muy probable que el desvanecimiento de
dicha práctica se deba a los sacerdotes -cuya influencia en la sociedad era
decisiva: recordemos que se trataba de una práctica realizada por católicos.
Otros “agentes modernizadores” como maestros, médicos y autoridades sanitarias,
tuvieron mucho que ver. Todos ellos, con sus marcos reglamentarios y
normativos, escritos o no.
La constante realización de estos
retratos se debió, entre otros motivos, al alto índice de mortandad infantil de
aquella época; sin embargo, actualmente este estilo fotográfico ha continuado
ya que existen algunas comunidades que aún lo practican, como los municipios de
Pinos, en Zacatecas, y Cosío, en Aguascalientes.
La fotografía mortuoria no tenía un
sentido morboso. Era sólo una forma de duelo y un recuerdo que conservaba la
familia del familiar querido que había dejado este mundo.
Durante los primeros años de la
fotografía "Post Mortem", se acostumbraba fotografiar los cuerpos de
las personas fallecidas como si estuviesen durmiendo. Aparte de que eso era un
intento por suavizar lo tétrico de la situación, el colocarlos en una postura
de sueño, era representar en cierta manera "El Eterno
Descanso".
Algunos retratos póstumos se caracterizan por los variados artilugios de
los que se servían los fotógrafos para embellecer la imagen y despojarla de la
crudeza de la muerte, intentando algún tipo de arreglo para mejorar la estética
del retrato. En algunos casos se maquillaba al difunto o se coloreaba luego la
copia a mano. Los difuntos, por otra parte, eran sujetos ideales para el
retrato fotográfico, por los largos tiempos de exposición que requerían las
técnicas del siglo XIX. En la toma de daguerrotipo la exposición seguía
siendo tan larga que se construían soportes disimulados para sostener la cabeza
y el resto de los miembros de la persona que posaba evitando así que ésta se
moviera. Las fotografías de difuntos los muestran "cenando" en la
misma mesa con sus familiares vivos, o bebés difuntos en sus carritos junto a
sus padres, en su regazo, o con sus juguetes; abuelos fallecidos con sus trajes
elegantes sostenidos por su bastón. A veces, agregaban elementos icónicos -como
por ejemplo una rosa con el tallo corto dada vuelta hacia abajo, para señalar
la muerte de una persona joven, relojes de mano que mostraban la hora de la
muerte, etc. Los militares, los sacerdotes o las monjas eran, por ejemplo,
usualmente retratados con sus uniformes o vestimentas características. La edad
del pariente que acompañaba al difunto era el hito temporal que permitía
ubicarlo en la historia familiar. Los deudos que posaban junto al muerto lo
hacían de manera solemne, sin demostración de dolor en su rostro.
Los retratos mortuorios privados podían encuadrarse en tres posibles
categorías según la manera en que se retrataba al sujeto:
Simulando vida: en un intento por simular la vida del difunto se
los fotografiaba con los ojos abiertos y posando como si se tratara de una
fotografía común, por lo general junto con sus familiares. No es difícil notar
cual es la persona sin vida ya que -entre otras diferencias-, al no tener
movimiento alguno sale muy nítida en la imagen y no así sus familiares. Las
tomas se solían retocar a mano usando coloretes o pintando los ojos sobre los
párpados cerrados.
Simulando estar dormido: por lo general se realizaba con los niños. Se
les toma como si estuvieran descansando, y en un dulce sueño del cual se supone
que despertarían. En algunos casos los padres los sostenían como acunándolos
para aportar naturalidad a la toma.
Sin simular nada: se les fotografiaba en su lecho de muerte, o
incluso en el féretro. En este tipo de tomas se agregaban flores como elemento
ornamental, que no existían en el resto de las fotografías post mortem. Ese
tipo de fotografías también se les tomaban a los niños (sobre todo en el caso
de México).
Por los años veinte o treinta del siglo XX comenzaron a adoptarse nuevas
tendencias que alcanzaron incluso la fotografía post mortem. De esta forma, los
fotógrafos comenzaron a presentar a los muertos bajo nuevos ángulos y
perspectivas: detalles de las manos o de otras partes del cuerpo, con desenfoques
selectivos muy controlados y realizando primerísimos planos de ciertas
zonas del fallecido, o bien imágenes muy cercanas al fotoperiodismo actual.
Son tomas que en muchos casos resultan impresionantes por su dramatismo y
cuidada iluminación.
Una característica muy peculiar
de este tipo de fotografía fue que se volvió una práctica muy común, disponer
de los cadáveres de tal manera que simularan estar realizando algún acto
cotidiano, proceso que incluía muchas veces, abrir los ojos del difunto, utilizando
utensilios diversos (por lo general era una cucharita de café), la cual se
empleaba como herramienta para colocar nuevamente en su lugar el ojo en la
cuenca. De hecho, se solía dar completa libertad a la persona encargada
de tomar la imagen, para vestir y disponer del cuerpo como considerara
apropiado.
Estas fotos en particular en las que aparecía un cadáver rodeado de su familia, se convirtieron en verdaderas puestas en escena en las que se intentaba conferir cierto humanismo al rodearlos de flores, familiares, mascotas, etc. en un intento por "suavizar" la situación y transformar la imagen de desdicha y desgracia, en algo más cálido y familiar, ya que esa última fotografía iba a ser la única prueba de que esa persona había existido.
Un dato muy interesante es que contrario a lo que pudiera pensarse, La fotografía post mortem era muy cara, pero muchas veces era mucho más barata que realizar un retrato al óleo por la mano de un artista, puesto que ese tipo de representación artística quedaba reservado a las familias de dinero.
Respecto al maquillaje, los fotógrafos de aquel entonces, se convirtieron en auténticos artistas, pero tenía que ver mucho la causa de la muerte de la persona, porque aunque a veces se lograban resultados muy buenos, había otros en los que era ya demasiado el tiempo que había pasado entre el deceso de la persona y el momento de la fotografía que resultaba muy difícil lograr una "apariencia serena y natural" y en los que el resultado era medio macabro.
"El retoque" a mano con colores, era común. Ese tipo de retoques con colores (que era algo así como el photoshop de la prehistoria), era una técnica muy recurrente para mejorar las fotos, pero había casos en los que los resultados no eran precisamente los deseados.
Estas fotos en particular en las que aparecía un cadáver rodeado de su familia, se convirtieron en verdaderas puestas en escena en las que se intentaba conferir cierto humanismo al rodearlos de flores, familiares, mascotas, etc. en un intento por "suavizar" la situación y transformar la imagen de desdicha y desgracia, en algo más cálido y familiar, ya que esa última fotografía iba a ser la única prueba de que esa persona había existido.
Un dato muy interesante es que contrario a lo que pudiera pensarse, La fotografía post mortem era muy cara, pero muchas veces era mucho más barata que realizar un retrato al óleo por la mano de un artista, puesto que ese tipo de representación artística quedaba reservado a las familias de dinero.
Respecto al maquillaje, los fotógrafos de aquel entonces, se convirtieron en auténticos artistas, pero tenía que ver mucho la causa de la muerte de la persona, porque aunque a veces se lograban resultados muy buenos, había otros en los que era ya demasiado el tiempo que había pasado entre el deceso de la persona y el momento de la fotografía que resultaba muy difícil lograr una "apariencia serena y natural" y en los que el resultado era medio macabro.
"El retoque" a mano con colores, era común. Ese tipo de retoques con colores (que era algo así como el photoshop de la prehistoria), era una técnica muy recurrente para mejorar las fotos, pero había casos en los que los resultados no eran precisamente los deseados.
En las fotos Post Mortem, los cadáveres nunca
sonríen, debido a lo difícil de conseguir ese efecto tras el rigor mortis, lo
cual explica porque los fotógrafos de ese tiempo se concentraban en especial en
la apariencia de los ojos, pues toda la fuerza de la expresión del difunto
dependía de la calidad obtenida en la mirada.
Existen muchas imágenes de personajes famosos captados después de su muerte, en México por ejemplo, el tema es muy extenso y podríamos mencionar las fotografías de la época de la revolución en las que aparecen Pancho Villa, Francisco I. Madero, Venustiano Carranza e incluso Benito Juárez después de su muerte.
Existen muchas imágenes de personajes famosos captados después de su muerte, en México por ejemplo, el tema es muy extenso y podríamos mencionar las fotografías de la época de la revolución en las que aparecen Pancho Villa, Francisco I. Madero, Venustiano Carranza e incluso Benito Juárez después de su muerte.
En Aguascalientes A mitad del
siglo XIX y principios del XX se volvió una práctica común retratar cadáveres
de niños, a fin de conservar un recuerdo de su corta vida y celebrar su
"partida al cielo como angelitos", ya sea vestidos de santos o en
representaciones de escenas cotidianas en las que simularan estar vivos; esta
expresión fotográfica fue llamada "La Muerte Niña".
Generalmente, los niños difuntos eran ataviados como santos, por ejemplo San José, el Sagrado Corazón, o la Virgen de la Inmaculada Concepción; los vestían con trajes blancos o sus mejores ropas para la ocasión, posteriormente eran colocados sobre un tipo altar cubierto con una sábana blanca, finalmente los coronaban con flores de azahar y rodeaban con rosas, azucenas y nubes.
Esa mortaja, elaborada por los padrinos de bautismo, era considerada sagrada, porque exaltaba la pureza del ser que murió. En la comunidad se lanzaban cohetes que anunciaban la celebración, pues 'había en el cielo un nuevo ángel'.
Generalmente, los niños difuntos eran ataviados como santos, por ejemplo San José, el Sagrado Corazón, o la Virgen de la Inmaculada Concepción; los vestían con trajes blancos o sus mejores ropas para la ocasión, posteriormente eran colocados sobre un tipo altar cubierto con una sábana blanca, finalmente los coronaban con flores de azahar y rodeaban con rosas, azucenas y nubes.
Esa mortaja, elaborada por los padrinos de bautismo, era considerada sagrada, porque exaltaba la pureza del ser que murió. En la comunidad se lanzaban cohetes que anunciaban la celebración, pues 'había en el cielo un nuevo ángel'.
Al principio se retrataba a los
muertos como si estuvieran dormidos, otorgando una imagen natural que
simbolizaba el “eterno descanso”. Otra forma era acomodarlos de modo que
simulara algún acto cotidiano, para ello se abrían los ojos del difunto con
utensilios diversos (lo más común era usar una cucharilla de café) y luego se
colocaba correctamente el ojo en la cuenca.
Las tomas también solían hacerse
en picado o contrapicado, lo más común era tomar sólo el rostro del fallecido,
enfatizándola y evitando cualquier tipo de ornamentación, llevando a una
confrontación directa y cruda con la persona muerta cuando se observa el
retrato.
Retratar a un muerto no es tan
sencillo como parece. Hacer que parezca vivo, casi imposible, por más que se
retoque la imagen, en los ojos se nota la ausencia del alma. En Europa era más
usual que hicieran estos engaños, al tratar de hacer pasar por vivo al muerto,
colocándole en estructuras metálicas o de madera para mantenerlo de pie,
hacerlo pasar por dormido, o en un retrato familiar. Era negar lo evidente. En
México la forma de ver la muerte no resulta tan aterradora, no se niega, y en
algunos casos se festeja. En México se retrata al cadáver en un altar lleno de
flores, o en su cajón acompañado de sus familiares, el niño muerto en brazos de
sus tristes padres; la muerte cruda tal cual, queda estampada en el único
recuerdo de quien alguna vez existió.
“Se retratan cadáveres a
domicilio. Buenos precios”, señalaban en los periódicos de la segundo mitad del
siglo XIX, algunos anuncios de estudios fotográficos. No era un error ni una
macabra broma, era una costumbre: fotografiar a los familiares muertos sin
importar la edad, ni el sexo, ni la condición social, siempre y cuando pudieran
reunir la cantidad suficiente para pagarle al fotógrafo.
Las imágenes no eran tomadas en
el ataúd o en el cementerio, generalmente se realizaban en el hogar del
difunto, el cual era vestido con sus mejores galas. La foto podía ser de grupo,
con los familiares vivos, con amigos, o un retrato de manera individual. El
cuerpo del difunto era acomodado en un sillón, en la sala o en alguna posición
que lo mostraba como si estuviera con vida. Manos juntas como si estuvieran
orando, bebes en el regazo de sus madres o acostados como si durmieran, eran
algunas de las poses de los niños muertos, quienes, además, eran su
“especialidad”; pequeños inmortalizados en el regazo de su madre, en los brazos
de su padre, padrinos o hermanos.
Las fotografías de niños difuntos
eran llamadas de “angelitos”, debido la inocencia de las criaturas que
encontraban una muerte a tan temprana edad. Si eran aún bebés, podían ser
retratados en sus carriolas; si la criatura fallecida tenía hermanos, la foto
era de grupo; a veces los tomaban con sus juguetes, recostados sobre alguna
cama.
La fotografía post-mortem fue
otra de las tradiciones que el pueblo mexicano adoptó, ésta tenía el fin de
conservar un recuerdo del último momento que se “conviviría con el ser
querido”.
El ritual de los niños muertos o “angelitos” en México, comenzaba con la
preparación de la mesa regularmente de madera o “altar”. El valor del altar es
grande ya que se refiere al lugar central en donde se llevará a cabo el ritual:
todo lugar sagrado, todo lugar que manifestaba una inserción de lo sagrado en
el espacio profano, se consideraba también como un “centro”. Estos espacios
sagrados también podían construirse.
El altar era cubierto con una sábana o mantel blanco, ahí se colocaba al
pequeño niño con la ropa con que había muerto o una sabanita, si moría antes o
inmediatamente después de nacer. El altar no siempre era una mesa, podía ser
también una cama, igualmente preparada con sábanas blancas. Después se pasaba
al hermoso cadáver, el pequeño cuerpo era colocado sobre el altar y se le ponía
bajo la cabeza una almohadita o paño blanco, se buscaba a los padrinos de
bautismo que eran los encargados de amortajarlo, ya que “el amortajamiento
constituye una parte fundamental del ritual”. El vestido podía ser muy variado,
sino se trataba de su propio ropón (vestuario blanco con el que comúnmente se
bautiza a los niños) se mandaba a hacer un vestido especial para la ocasión. Si
se trataba de una niña podía ser de Virgen, si era el caso de un niño podía ir
de Sagrado Corazón o Santo, uno de los más utilizados era el vestido de San
José. Se les medían los piecitos para hacer sus huarachitos de cartón, papel y
listón dorado o simplemente de palma, también se adornaban los vestidos con
flores o estrellas de papel.
En ocasiones encontramos que sobre la mesa era colocado el pequeño ataúd
blanco para elevar el altar o simplemente era colocado atrás o a un lado del
cuerpo, o bajo el altar pero siempre visible, predominaba la costumbre de
colocar el cuerpo sobre la mesa recostado o sentado. El de los “angelitos” era
el único caso en el que se permitía decorar el ataúd con tafetán doble de
colores. Inmediatamente venía la colocación de flores y hierbas odoríferas,
comúnmente las flores eran llevadas por los vecinos, familiares y acompañantes,
se llevaban ramos en floreros, macetas y coronas o cruces de variadas flores.
La importancia de las flores, dice Gutiérrez Aceves, es porque “la muerte
florida da acceso al paraíso.” Un altar lleno de flores evoca el Paraíso o
Edén, un lugar florido donde reinan la paz y el amor y que es el lugar al que
aspira el alma después de la muerte.
Una vez enriquecido el altar y cubierto el “angelito” de flores, se le
colocaba entre sus manitas entrelazadas una palma de azahar o una vara de
nardos y azucenas o una rosa, si era necesario se ataban las manitas. Con ellos
se trataba de reflejar su pureza e inocencia, además de rememorar la asunción
de la Virgen, en la que según la creencia católica ella, la Virgen, pidió ex
profeso, fuera llevado su cuerpo a su tumba y que el apóstol que encabezara el
cortejo fúnebre portara en la mano la palma, como símbolo de su pureza. En el
altar no podían faltar las velas para alumbrar el camino de la pequeña alma y
como significación de luz en el camino. Otro momento de suma importancia en el
ritual era la coronación, los padrinos eran también los encargados de hacerlo;
al “angelito” se le colocaba una corona de azahares, flores, palma o florecitas
o estrellitas de papel, como símbolo de su virginidad. Si se trataba de una
corona de azahares comúnmente era hecha por la madrina o mandada a hacer de los
azahares de su ramo de novia, el de la mamá del “angelito” o de algún familiar.
“Las significaciones de la palma eran pureza y virginidad, la corona signo de
glorificación de la virgen, las rosas rojas semejan a los mártires y las azucenas
a los ejércitos de ángeles”. Al momento de la coronación, se lanzan cohetes que
la anunciaban. En algunos casos se colocaba también un velo, que podía haber
pertenecido a una novia.
En el velorio de “angelitos” generalmente los ritos y las ceremonias
expresaban alegría por la convicción de que sus almas van directamente al
cielo, se trataba de un día de fiesta en el que la familia había sido elegida
para tener un “angelito” en el cielo, los niños que asistían debían poner
también alegría al momento y se hacían hasta juegos.
Durante la velada, se repartía a los deudos o asistentes, café con canela,
solo o con alcohol, pan y tamales entre otros alimentos, los familiares
llevaban veladoras, azúcar, café o pan para ayudar a la familia, pero son los
padrinos quienes “cumplen una función extra-religiosa importante al asumir
otros gastos derivados del funeral”. Durante la noche se entonaban cantos de
despedida, en el velorio de “angelitos” no se rezaba ni se requerían servicios
de la Iglesia, ya que su alma no necesitaba ser rescatada ya que estaban libres
de pecado. Así los padres que perdían un hijo experimentaban de igual manera el
dolor normal por la pérdida, tanto como la alegría de saber que el niño viviría
para la eternidad.
Al día siguiente, el “angelito” era llevado al cementerio en su cajita
blanca cubierta de flores, entre un cortejo que adquiría una tonalidad
celestial, en medio de música, cohetes y alegría, la cruz de la procesión no
tenía asta: así se representa la brevedad del paso a la otra vida. “Al llegar
el cortejo al panteón o campo santo se hacía una pausa en la capilla, para de
ahí encaminarse al lugar donde sería sepultado el niño.” Durante el entierro
del “angelito”, el sacerdote usaba vestiduras blancas, a diferencia del adulto
cuando las llevaba negras. A los niños, en lugar de doble, se les hacía repique
de campanas: “por su inocencia, para ellos se decía una misa llamada de los
angelitos antes del oficio de sepultura”, “El réquiem a eternam era sustituido
por el gloria patri. Se cantaba la Antifonía Jueves, se leía un salmo, se
cantaba un Benedícite Dominum, luego el cántico de los Tres niños y el Oremus. Eran
canciones de despedida y los rezos eran especiales. En el panteón, los
sepulcros de “angelitos” eran separados de los adultos. La tumba se cubría con
las flores y coronas que habían servido para decorar el altar y una vez
enterrado el niño, el cortejo se regresaba a la casa de los deudos, para
compartir una comida en señal de agradecimiento por haber acompañado al
“angelito”, ello sin dejar a un lado la alegría, “no se abandonó la costumbre
de la comida, especialmente en el campo, dónde se ha mantenido la costumbre de
comer y beber a la vuelta de los entierros; pero con el pretexto de que se
deben conservar las fuerzas. Las familias de los “angelitos” tenían el consuelo
de tener un aliado en el cielo y cada año se celebraban los rituales
recordatorios. El día primero de noviembre, día de los angelitos es uno de
ellos. Otro era conservar las imágenes de dicho suceso, se hacía de diversas
formas, como los dibujos, las pinturas a partir del siglo XVIII y la fotografía
una vez que se generalizó a finales del siglo XIX y principios del XX.
En el caso de México, hubo varios fotógrafos que obtuvieron importantes
colecciones fotográficas de “difuntos”, uno de ellos fue Juan de Dios Machain,
fotógrafo jalisciense de quien se conocen más de 100 fotografías de este
tipo. Retrataba “angelitos” ya fuera en su casa o su estudio, si la fotografía
se tomaba en estudio, contaba con varios fondos especiales para la fotografía.
En Guanajuato su contemporáneo Romualdo García, llegó a obtener miles de
retratos de ese tipo -la mayoría de estudio-, su obra es tan amplia que en ella
dejó un invaluable patrimonio en imágenes sobre costumbres y formas de vivir de
la sociedad mexicana que lo rodeaba a principios de siglo XX. Otra importante
colección la obtuvieron los hermanos Casasola, importantes fotógrafos
mexicanos que trabajaron a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. También
no muy conocido en este arte fotográfico
fue José Bustamantes Martínez quien trabajo desde la ciudad de Zacatecas. En el caso de Aguascalientes, existen destacadas evidencias
fotográficas del ritual de 'La Muerte Niña', sin embargo aún no se ha
determinado el nombre de los autores de estos retratos.
Por esta época, las personas que
se encargaban de realizar ese tipo de fotografías se volvieron muy cotizadas,
ya que por lo peculiar de su oficio, sus servicios eran muy demandados y muchas
veces demasiado caros, porque aparte de que el trabajo requería de que el
fotógrafo se trasladara hasta el lugar donde la persona habia fallecido, era
todo un show montar el set donde posaría la persona que se deseaba fotografiar
para lograr una imagen con actitud "apacible".
En México el fotógrafo tapatío Juan de Dios Machain, hacía lo propio captando a través de su lente los velorios de niños en el Estado de Oaxaca. Estado donde sus servicios eran mayormente solicitados, sin embargo viajaba por todo el territorio mexicano realizando su trabajo. Se conoce muy poco del Fotografo mexicano Juan de Dios Machain, quien tiene un amplio archivo fotográfico de fotos de funerales de niños, en la ciudad de Ameca, Jalisco, desde finales de 1800 a 1930. Cada fotografía representa un aspecto significante de la vida doméstica rural en Jalisco.
En Guanajuato, Romualdo García Torres llegó a tomar cientos de retratos, su obra es tan amplia que en ella también dejó huella de la vida cotidiana de la sociedad mexicana de hace poco más de un siglo. Romualdo García Torres nació en Silao, Guanajuato, en febrero de 1853. Fue en la capital del estado donde ingresó a la Escuela de Artes y Oficios. Allí estudió pintura y música, convirtiéndose en músico de profesión por varios años. En la década de los 80 se inició en la fotografía y a partir de 1887 abrió públicamente su estudio, ubicado en Cantarranas núm. 34, en el primer cuadro de la ciudad. Logró conseguir placas secas y preparadas, traídas de Europa, con esto hizo más fácil el proceso fotográfico y redujo los costos. De este modo inició en México la fotografía instantánea. Actualmente podemos encontrar el acervo de Romualdo en el Museo de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato. Podemos admirar el conjunto de su trabajo en la fototeca "Romualdo García", del Museo Regional de Guanajuato Alhóndiga de Granaditas, bajo la custodia del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
En México el fotógrafo tapatío Juan de Dios Machain, hacía lo propio captando a través de su lente los velorios de niños en el Estado de Oaxaca. Estado donde sus servicios eran mayormente solicitados, sin embargo viajaba por todo el territorio mexicano realizando su trabajo. Se conoce muy poco del Fotografo mexicano Juan de Dios Machain, quien tiene un amplio archivo fotográfico de fotos de funerales de niños, en la ciudad de Ameca, Jalisco, desde finales de 1800 a 1930. Cada fotografía representa un aspecto significante de la vida doméstica rural en Jalisco.
En Guanajuato, Romualdo García Torres llegó a tomar cientos de retratos, su obra es tan amplia que en ella también dejó huella de la vida cotidiana de la sociedad mexicana de hace poco más de un siglo. Romualdo García Torres nació en Silao, Guanajuato, en febrero de 1853. Fue en la capital del estado donde ingresó a la Escuela de Artes y Oficios. Allí estudió pintura y música, convirtiéndose en músico de profesión por varios años. En la década de los 80 se inició en la fotografía y a partir de 1887 abrió públicamente su estudio, ubicado en Cantarranas núm. 34, en el primer cuadro de la ciudad. Logró conseguir placas secas y preparadas, traídas de Europa, con esto hizo más fácil el proceso fotográfico y redujo los costos. De este modo inició en México la fotografía instantánea. Actualmente podemos encontrar el acervo de Romualdo en el Museo de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato. Podemos admirar el conjunto de su trabajo en la fototeca "Romualdo García", del Museo Regional de Guanajuato Alhóndiga de Granaditas, bajo la custodia del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
La fotografía post mortem era una tradición en aquellos años,
con la intención de conservar un recuerdo de los seres queridos y Romualdo
García se encargaba de captar y enmarcar los cuerpos inertes como antesala del
último adiós. La gente humilde llegaba al estudio de la calle Cantarranas #84
con su muertito y la intención de que Romualdo lo fotografiara. Su
especialidad, los angelitos, niños
muertos que eran retratados vestidos de santos, en brazos de sus familiares: madre, padrinos o
junto a sus hermanos. Este tipo de fotografía se convirtió en parte de las
costumbres de los habitantes del centro del país.
El fotógrafo guanajuatense
testificó la costumbre de una época: retratar a bebés y niños fallecidos para
conservar su memoria. Aquello que era normal para la clase alta a través de la
pintura, García lo masificó con la fotografía entre los sectores menos
pudientes, en la segunda mitad del siglo XIX.
Con el paso del tiempo esta práctica se fue perdiendo hasta el punto de
llegar a ser repudiada, y volviéndose cada vez más sensacionalista. Actualmente
la sensibilidad contemporánea es totalmente ajena a sus motivaciones y este
tipo de fotografías se han convertido en una práctica impensable con un ser
querido. Aún así en las ceremonias reales y velatorios de personajes públicos
de la sociedad: artistas, políticos, etc., se siguen presentando estas
fotografías, pero con una función completamente diferente en el ámbito forense.
La fotografía post mortem
actualmente resultaría de mal gusto y una falta de respeto tanto a los deudos
como al difunto; pero en sus orígenes, en el siglo XIX, era la necesidad de
preservar un recuerdo invaluable del ser querido, porque en aquellos entonces,
la gente no andaba por ahí tomándose fotos en todo momento.
A continuación una hermosa muestra de los principales fotógrafos funerarios de México ya citados en el texto.
Fuentes Bibliográficas:
Tiene información muy importante y relevante, sin embargo en muchas ocasiones es muy redundante, ya que se ve que solo se copio y pego la información, sin cuidar si estaban duplicados los textos.
ResponderBorrarSi, tiene usted total razón, quede en finalizar la edición y ¡nunca lo hice!. mil disculpas, prometo que en cuanto tenga tiempo finalizare la edición. Muchísimas gracias por tus comentarios y por visitar este blog. Reciba un cordial saludo.
BorrarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarFelicidades por tan inteesante articulo... Tendras algo de información sobre eusebio gayosso y los incios de su negocio de servicios de inhumaciones eusebio gayosso??
ResponderBorrarMi mail es : torrescapacita@gmail.com
ResponderBorrar